Relatos de Campañas: La Pirata

– Han hecho un gran trabajo – dijo la mujer pirata al grupo de personas reunidas en la oscura sala del local de la organización. – El ataque fue preciso, rápido y seguro. Fue un éxito absoluto y se lo debemos a su pericia.

– ¿Conseguimos el botín? -, preguntó uno de los oscuros personajes; un hombre de complexión fuerte, de poca estatura y que ocultaba su rostro tras una máscara metálica con forma de felino.

– Afirmativo – contestó Deadmoon. Los guardianes fueron exterminados, los cautivos puestos en libertad y el oro quedó a buen recaudo.

– Sin testigos peligrosos, presumo -. Interrumpió otro de los reunidos. Éste era alto, muy alto y también ocultaba su cara. Había elegido un toro.

– Como he dicho -, la pirata permitió que de su voz aflorara un matiz peligroso. – Sin testigos. Un grupo de agentes de Samael aparecieron en el lugar y les hicimos huir. Presumo que también pretendían asaltar el carruaje.

-¿No acabasteis con ellos? –  El tercer hombre del lugar era un anciano achaparrado, con una larga barba blanca que le sobresalía de su máscara con forma de demonio.

– No son un peligro. Esos seres de Samael no pueden dejarse ver a plena luz del día. Y menos con la Iglesia rondando por aquí. Deadmoon se paseó por delante de los tres hombres, con deliberada lentitud. Le gustaba tener el control de la situación y hacer las cosas a su manera. Caminó, contorneando sus caderas, hasta el otro extremo de la habitación y abrió una puerta. De su umbral apareció un joven corpulento, de pelo anaranjado como el fuego recién encendido y piel olivácea. Pero lo que más llamaba la atención era su brazo. Estaba recubierto por una extraña armadura. Aunque Deadmoon a veces pensaba que se asemejaban más a unas escamas o a una segunda piel.

-Se me olvidaba -, dijo la pirata. – Os presento a nuestro nuevo aliado.

HURGRIM